Los juegos del Benevento: ritual, resistencia y brujería bajo la luna.
- Noctarca AM
- 23 jul
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Entre las sombras de la historia y los susurros del bosque, hay una tradición que ha resistido el paso del tiempo: los juegos del Benevento. No eran simplemente reuniones festivas o danzas paganas. Eran actos rituales cargados de poder, símbolos vivos de una espiritualidad antigua que aún respira entre quienes practican la brujería tradicional.
Este legado nos llega a través del Evangelio de las Brujas, también conocido como Aradia, una obra recopilada por Charles Leland a finales del siglo XIX. En ella se relata cómo Aradia, hija de la diosa Diana, fue enviada al mundo para enseñar brujería a los pobres y oprimidos. Sus enseñanzas no eran meras fórmulas mágicas, sino caminos de liberación espiritual. Y en ese contexto aparecen los llamados juegos del Benevento: rituales nocturnos que celebraban la libertad, la justicia y el culto a las fuerzas naturales.

Benevento es una ciudad del sur de Italia, rodeada de una aura legendaria. Durante siglos, fue considerada un lugar sagrado —y a la vez maldito— por ser el supuesto sitio donde las brujas se reunían en secreto bajo las ramas de un enorme nogal. Este árbol, envuelto en mitos y miedos, no era un simple elemento del paisaje: era un portal, un altar viviente donde el mundo material y el espiritual se tocaban. Allí, bajo la protección de la luna, las brujas danzaban, cantaban y realizaban sus hechizos.
En los juegos del Benevento, la danza no era entretenimiento; era conjuro. Los participantes formaban círculos bajo el cielo nocturno, y con cada paso, invocaban el poder de Diana, de Lucifer (entendido aquí como portador de luz y conocimiento), y de Aradia misma. Eran ritos de comunión, de poder compartido, de justicia simbólica. En un tiempo donde la Iglesia dominaba todos los aspectos de la vida, estas ceremonias eran también un acto de resistencia espiritual.
¿Cuáles eran los elementos de los juegos del Benevento?
Los elementos de estos juegos eran profundamente simbólicos. Se empleaban alimentos rituales, como panes y vino, que recordaban la sacralidad de la tierra. Se realizaban hechizos para protegerse de los poderosos y para empoderar al pueblo. También había espacio para la magia erótica, vista como una forma de liberar el cuerpo de las cadenas morales impuestas por el cristianismo. Nada era gratuito. Cada gesto, cada palabra, cada fuego encendido formaba parte de una liturgia pagana que hablaba un lenguaje antiguo: el de la tierra, la luna y los espíritus libres.
Desde la perspectiva esotérica, los juegos del Benevento representan el vínculo sagrado entre el ser humano y la naturaleza. Honran los ciclos lunares, reconocen la energía femenina como canal de poder y preservan el conocimiento ancestral transmitido de forma oral entre generaciones de brujas. El nogal encantado es más que un árbol: es el axis mundi, el centro simbólico del universo desde donde se despliegan los planos espirituales.

Hoy, ese nogal tal vez ya no exista físicamente. Pero su espíritu vive en cada ritual al aire libre, en cada círculo de invocación trazado en el suelo, en cada palabra pronunciada en honor a la luna. Honrar los juegos del Benevento en la práctica contemporánea no significa copiar sus formas exactas, sino comprender su esencia: la celebración del cuerpo, la naturaleza, la resistencia y la libertad mágica.
Aradia enseñó que la brujería no era sólo herramienta, sino también escudo. Un camino para recuperar la dignidad arrebatada y reconectar con los poderes que habitan dentro y fuera de nosotros. En cada danza ritual, en cada canto, en cada conjuro realizado bajo la noche, se manifiesta ese espíritu indómito que los inquisidores temieron y que los brujos respetaron: el espíritu de Benevento.
Los juegos del Benevento son, aún hoy, una llamada. Una invitación a recordar que antes de los templos, antes de los dogmas, existía la brujería como expresión libre del alma. Mientras haya quienes celebren bajo la luna, esa llama seguirá encendida. Porque en el silencio del bosque, bajo el manto estrellado, Aradia aún danza. Y nosotros, los que recordamos, seguimos su paso.
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